EL RELAT DE GERMANES GARCIA

El ULTIMO CESTO 

Gracias por su compra.

Cuando el cliente se marchó, la tienda se quedó desierta. Eran más de las 8 y media de la tarde. Esperó unos minutos más y viendo que no entraba nadie, bajó la mitad de la persiana metálica. Dio un repaso general. Únicamente quedaban algunos muebles que se los llevaría para su disfrute personal. "Si las paredes hablasen, nos contarían muchas historias". En realidad, fue el padre de mi abuelo que cuando regresaba del campo, se sentaba en una silla baja de anea al fresco del atardecer para hacer cestos de mimbre como pasatiempo. Cuando las vecinas se enteraron, no paraban de pedir encargos y pequeñas reparaciones de cestos y sillas de rejilla. Fue un tío suyo quien le animó a comprar un local. Desde entonces, no paraban de hacernos demandas. Mi abuelo amplió el local para que un carpintero y que mi padre pudieran también reparar y fabricar muebles a medida. En cuanto tuvimos la edad de trabajar, mi hermana y yo, entramos como dependientas. "Eso hace más de 40 años". Caminó hacia un escaparate ya vacío y siguió reflexionando: "Como todos los negocios, hubo altibajos. Pero con la apertura de las grandes superficies, fue la perdición. No solo nos quitaron la clientela a nosotros, también a las demás tiendas del barrio". Fue hacia el mostrador. Cogió el juego de llaves, su bolso, salió de la tienda para cerrar la puerta y bajar la persiana: "Afortunadamente la gente no es tonta. Se han dado cuenta de que comprar sillas, mesas, macetas de plástico, a la larga les salen más caro porque no se pueden reparar. Ahora, poco a poco, comienzan a volver al comercio tradicional. Pero esto es otra historia porque ya me jubilo". Caminó unos pasos y pensó: "Quien sabe. A lo mejor escribo una novela corta sobre mi tienda".

Pepe Marín

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